Una guerra nuclear, aunque improbable, representa el mayor peligro existencial para la humanidad debido a su potencial devastador. En 2025, tensiones geopolíticas como el conflicto entre Rusia y Ucrania, la rivalidad entre Estados Unidos y China, y las recientes hostilidades entre Israel e Irán han reavivado el temor a un enfrentamiento que involucre armas nucleares. Los arsenales modernos, con más de 12.000 ojivas según la Federación de Científicos Americanos, son miles de veces más potentes que las bombas de Hiroshima y Nagasaki, capaces de destruir ciudades enteras en segundos.
El impacto inmediato de una detonación nuclear incluye explosiones, ondas de calor que incineran todo a kilómetros, y radiación letal. Un solo misil intercontinental con múltiples ojivas podría matar millones en minutos. Por ejemplo, una bomba de 1 megatón sobre una ciudad como Nueva York causaría hasta 7 millones de muertes instantáneas, según simulaciones del Programa de Ciencia y Seguridad Global de la Universidad de Princeton. Además, los incendios masivos liberarían hollín a la atmósfera, provocando un “invierno nuclear” que bloquearía el sol, devastaría cosechas y desencadenaría hambrunas globales.
La escalada accidental es un riesgo significativo. Los sistemas de alerta temprana, como los de Rusia o Estados Unidos, dependen de satélites y radares que pueden fallar o malinterpretar datos, como ocurrió en 1983 cuando un oficial soviético evitó una respuesta nuclear ante una falsa alarma. En un contexto de alta tensión, un ciberataque o un error humano podría desencadenar un lanzamiento retaliatorio antes de verificar la amenaza. La modernización de arsenales, con misiles hipersónicos y armas tácticas de menor rendimiento, también reduce el umbral para su uso, aumentando la probabilidad de conflictos nucleares “limitados” que podrían escalar rápidamente.
El invierno nuclear tendría consecuencias catastróficas a largo plazo. Estudios del Instituto Max Planck estiman que una guerra nuclear entre India y Pakistán, con solo 100 ojivas, podría liberar suficiente hollín para reducir las temperaturas globales entre 1 y 5 °C durante años, colapsando la agricultura mundial. Esto provocaría la muerte de hasta 2.000 millones de personas por hambre, según proyecciones de la Universidad de Rutgers. Incluso regiones no involucradas en el conflicto sufrirían escasez de alimentos y caos social, evidenciando la interconexión global frente a esta amenaza.
La proliferación nuclear agrava el peligro. Países como Corea del Norte han expandido sus programas, mientras que Irán, tras los ataques israelíes de 2025, podría acelerar su desarrollo nuclear. La falta de tratados vinculantes, tras la expiración del Nuevo START en 2026, y la retirada de acuerdos previos por parte de Rusia y Estados Unidos, han debilitado el control de armas. Sin negociaciones efectivas, el riesgo de que actores no estatales, como grupos terroristas, accedan a materiales nucleares aumenta, según el Organismo Internacional de Energía Atómica.
La prevención requiere diplomacia urgente. Expertos como el exsecretario de Defensa de EE. UU. William Perry abogan por restablecer tratados de control de armas, mejorar la comunicación entre potencias nucleares y desmantelar ojivas tácticas. Iniciativas como la Revisión de la Postura Nuclear de Estados Unidos buscan reducir la dependencia de estas armas, pero enfrentan resistencia interna. La sociedad civil también juega un papel, con movimientos como el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), respaldado por 70 países, aunque ninguna potencia nuclear lo ha firmado.
La humanidad ha evitado una guerra nuclear por décadas, pero la complacencia es peligrosa. Los avances tecnológicos, como la inteligencia artificial en sistemas de defensa, podrían complicar aún más la toma de decisiones en crisis. La educación pública sobre los riesgos nucleares y la presión sobre los líderes para priorizar el desarme son cruciales. Como advirtió el físico Robert Oppenheimer tras la creación de la bomba atómica, el poder nuclear exige una responsabilidad global para evitar una catástrofe que no respete fronteras.
La historia muestra que la cooperación internacional, como durante la Crisis de los Misiles de Cuba, puede prevenir desastres. Sin embargo, en un mundo polarizado, la falta de diálogo y la retórica beligerante amenazan con acercarnos al abismo. Reducir arsenales, fortalecer tratados y fomentar la confianza mutua son pasos esenciales para alejar al mundo de una guerra nuclear cuyas consecuencias serían irreversibles para la civilización.