En Ecuador, las ciudadelas cerradas se han convertido en refugio predilecto para narcotraficantes y bandas delictivas. Lo que para una familia representa seguridad y tranquilidad, para ellos significa camuflaje.
La historia reciente en Guayaquil y Daule refleja cómo estos espacios privados, con guardianía 24 horas y acceso restringido, facilitan el ingreso de lujos y reuniones que pasarían inadvertidas en barrios comunes. Dentro de estas urbanizaciones, los criminales buscan pasar por empresarios, vecinos “ejemplares” que pagan sus alícuotas puntualmente y se muestran cordiales en la comunidad.
La estrategia no es nueva: esconderse en el confort de lo cotidiano, rodeados de altos muros, perros guardianes y cámaras de vigilancia. Los operativos recientes han revelado que detrás de fachadas modernas y piscinas privadas se movían cargamentos de droga, armas y grandes sumas de dinero.
La paradoja es evidente: el mismo concepto de exclusividad y protección que atrae a familias de clase media y alta se ha transformado en el escudo perfecto para los negocios ilegales. Las urbanizaciones privadas son el nuevo rostro del anonimato criminal en medio del cemento.