Una intervención militar o política directa de Estados Unidos para remover al gobierno de Nicolás Maduro tendría repercusiones profundas en el tablero geopolítico regional y global.
En primer lugar, reconfiguraría el mapa de alianzas en América Latina, donde gobiernos de izquierda como los de Cuba, Nicaragua y Bolivia cerrarían filas en defensa de Caracas, mientras países con gobiernos más cercanos a Washington, como Ecuador, Colombia y Chile, podrían respaldar la acción bajo presión diplomática o conveniencia estratégica.
El impacto no se limitaría al continente. Rusia, China e Irán —socios políticos, militares y financieros de Venezuela— interpretarían la intervención como un ataque directo a sus intereses, lo que podría traducirse en tensiones militares indirectas, aumento de la venta de armas a Caracas o una escalada en foros multilaterales como la ONU.
Sin embargo, Rusia en la actualidad está más enfrascada en el tema de su guerra con Ucrania y China si bien tiene intereses en Caracas, sus acciones dependerán mucho de que le garanticen que no perdería sus inversiones.
Para Washington, el movimiento supondría un costo elevado: aunque podría asegurarse un mayor control sobre el petróleo venezolano y debilitar la influencia rusa y china en la región, se arriesgaría a un conflicto prolongado y a una nueva ola migratoria masiva desde Venezuela hacia países vecinos y hacia su propia frontera sur.
En términos estratégicos, América Latina volvería a convertirse en un escenario de disputa de poder entre potencias, recordando la lógica de la Guerra Fría. El desenlace dependería de la capacidad de EE.UU. de construir consenso internacional, algo complejo en un escenario multipolar donde cada movimiento en Caracas repercute mucho más allá de las fronteras venezolanas.