Lo que alguna vez se presentó como un espectáculo de fiesta y murga en los estadios ecuatorianos se ha ido transformando en un serio problema de violencia. Las barras bravas, que en un inicio aportaron color, música y aliento incondicional a sus equipos, hoy son sinónimo de enfrentamientos, vandalismo y escenas vergonzosas que han marcado al fútbol nacional.
El último domingo, en el Clásico del Astillero disputado en el estadio Capwell, se registraron incidentes que volvieron a encender las alarmas: peleas en las gradas, lanzamiento de objetos al campo que aunque no impactaron en nadie, resultaban un peligro para quienes estaban en el terreno de juego.
Pero estos hechos no son nuevos, y no solo se han dado en el estadio de Emelec, donde alguna vez incluso se lanzó a un perro desde lo alto, hecho que generó indignación en redes sociales y en la opinión pública.
No es la primera vez que la violencia empaña los estadios. Años atrás, la barra de Barcelona destruyó parte de la infraestructura del antiguo Capwell, dejando un saldo de destrozos y detenidos. A esto se suma la tragedia ocurrida en Quito, cuando hinchas de Liga de Quito y El Nacional se enfrentaron, con el saldo fatal de muertes que enlutan al deporte.
Las barras organizadas parecen tener el favor incluso de dirigentes ya que durante años a pesar de las prohibiciones y controles, logran pasar bebidas alcohólicas e incluso psicotrópicas, palos, bengalas y demás cosas que aparentemente debían quedar fuera.
En el estadio Monumental de Barcelona un niño perdió la vida por el impacto de una bengala, sin embargo continúan ingresando a los escenarios deportivos.
Pese a la reiteración de estos episodios, las autoridades y los organismos de control parecen no haber tomado medidas contundentes. Las sanciones aplicadas hasta ahora, generalmente económicas o cierres parciales de estadios, no han logrado erradicar un fenómeno que se repite temporada tras temporada y que aleja a las familias del fútbol.
La falta de coordinación entre clubes, LigaPro, Federación Ecuatoriana de Fútbol y Policía Nacional deja un vacío que es aprovechado por estos grupos, que actúan más como pandillas organizadas que como hinchadas deportivas.
El fútbol ecuatoriano se encuentra, así, en una encrucijada: recuperar el espíritu festivo de las barras o seguir tolerando que la pasión desbordada derive en violencia, inseguridad y tragedias.