La vitamina D se ha consolidado como un nutriente esencial para un sistema inmunológico robusto y un equilibrio mental adecuado. Además de ser crucial para la absorción de calcio y el fortalecimiento óseo, diversos estudios demuestran que una deficiencia se vincula con un aumento de afecciones crónicas y síntomas depresivos. Desde el plano inmunitario, este compuesto ayuda al organismo a combatir infecciones y virus, ya que actúa directamente sobre células como los linfocitos T y B. Su carencia puede llevar a una mayor vulnerabilidad ante enfermedades y al aumento de la autoinmunidad, al perder las defensas la capacidad de distinguir entre amenazas y tejidos propios.
En el aspecto mental, la vitamina D es relevante en la protección frente a síntomas de depresión y ansiedad, debido a que su receptor se expresa en tejidos del sistema nervioso central, influenciando procesos cerebrales vinculados al bienestar emocional. La principal fuente para obtener este nutriente es la exposición solar diaria a la radiación ultravioleta B (UVB). Sin embargo, factores como la latitud o el uso de protectores solares limitan la síntesis, por lo que la dieta se convierte en un complemento esencial. Pescados grasos como el salmón, la caballa y las sardinas, así como el aceite de hígado de bacalao y los lácteos fortificados, son fuentes ricas que ayudan a mantener niveles óptimos.








