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noviembre 27, 2025 | Actualizado ECT
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El “no” ciudadano y el desafío del gobierno: aprender a escuchar (Editorial)

El ciudadano expresó escepticismo y rechazo al estilo de gobierno de Daniel Noboa con un “no” terminante, reflejando el desgaste y la incomodidad por la improvisación y la falta de comunicación convincente sobre las reformas.

noviembre 18, 2025 | 10:54 ECT

El Ecuador habló con una claridad que no necesitó levantar la voz. El “no” que emergió fue escéptico, crítico y terminante, un gesto colectivo que cerró un capítulo con la solemnidad de quien decide que ya no seguirá leyendo la misma versión de una historia desgastada. Más que rechazar técnicamente las preguntas de la consulta, el país rechazó un estilo de gobierno que, en menos de un año, dejó de simbolizar renovación para tornarse una evidencia incómoda de improvisación. El presidente Noboa impulsó reformas de alto calibre con voceros que comunicaron con torpeza, como si el simple acto de sacudir las piezas de un rompecabezas bastara para que las soluciones encajaran solas. Aunque varias propuestas podían resultar pertinentes para ciertos sectores, jamás encontraron un “para qué” convincente que diera tranquilidad a una ciudadanía acostumbrada a presentir en los silencios del poder un presagio inquietante.
La campaña oficial avanzó con un agotamiento evidente, aferrada a dramatizaciones y narrativas que ya no seducen ni conectan. Y mientras el Gobierno balbuceaba argumentos, en las calles, redes sociales, cocinas, buses y conversaciones cotidianas se movía otro idioma político: humor, ironía, elementos pedagógicos frescos y una creatividad ciudadana que floreció donde la estrategia oficial se diluyó. El “no” no tuvo dueño, no tuvo líder, no tuvo rostro único. Fue una multitud que se contó a sí misma lo que necesitaba entender y que decidió, por iniciativa propia, interpretar el país sin esperar explicaciones oficiales.
La oposición, fiel a la tradición de estas geografías caribe-andinas, no necesitó hacer grandes esfuerzos para capitalizar el desconcierto. No ganó por lucidez, sino por instalarse en la sombra cómoda del temor colectivo. Amplificó sospechas, alimentó dudas y se apropió de un triunfo que refleja más el ánimo emocional del país que su capacidad política. El correísmo también se adjudica la victoria del “no”, como si fuera un gesto doctrinario y no la expresión masiva de una incertidumbre compartida. Sin embargo, tampoco presentaron alternativas reales: ni rutas para enfrentar la inseguridad, ni reformas concretas del Estado, ni propuestas serias contra el crimen organizado, ni una visión para revivir un sistema político exhausto. Su campaña fue un “no” vacío, eficaz solo porque el Gobierno dejó un amplio hueco comunicacional.
La ciudadanía votó desde la desconfianza, desde el desgaste acumulado y desde la certeza de que antes de tocar la Constitución era imprescindible atender urgencias básicas: hospitales sin medicinas, un IESS enredado, deudas de salud y una violencia criminal que exige acciones inmediatas. Un país sometido a sobresaltos diarios difícilmente entrega un cheque en blanco.
Ese “no” no fue castigo, sino un límite. Un recordatorio de que la paciencia colectiva no es infinita y de que gobernar implica escuchar, coordinar, priorizar y comunicar con responsabilidad. El mensaje para Noboa es claro: debe cambiar voceros, tono, prioridades, estilo y, si es necesario, el gabinete que le resta estabilidad. Aún tiene tiempo. Las derrotas, decía Gabo, revelan más que las victorias. El país ya habló. Ahora le corresponde al gobierno escuchar.

Editorial de Mónica Carriel.

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