Kiev amaneció el 17 de junio de 2025 con el olor a quemado tras un bombardeo ruso que dejó al menos 10 muertos y más de 100 heridos en seis distritos, siendo Solomianski el más afectado. Un misil, posiblemente de crucero según testigos y las Fuerzas Aéreas, destruyó un edificio de nueve plantas, matando a una decena de personas y dejando a otras atrapadas bajo escombros. El alcalde Vitali Klitschko corrigió la cifra inicial de 14 fallecidos, aclarando que los equipos de rescate confundieron restos ya identificados. En Odesa, al sur, dos personas murieron y 17 resultaron heridas en ataques similares.
El ataque, parte de una campaña rusa de bombardeos a gran escala desde mayo, apuntó a una zona industrial en Solomianski, con fábricas de alimentos y generadores eléctricos que recibieron cinco impactos directos. Aunque solo seis misiles superaron las defensas antiaéreas, la combinación de drones Shahed y misiles balísticos saturó los radares ucranianos. Klitschko denunció el uso de munición de racimo, diseñada para maximizar víctimas, mientras el presidente Volodímir Zelenski calificó los ataques de “terrorismo puro” desde la cumbre del G7 en Canadá, exigiendo sanciones y armamento antiaéreo.
La población de Kiev, como Marina, una madre que vive a un kilómetro del epicentro, enfrentó otra noche de terror en refugios. La intensidad de los ataques, que incluyeron drones y misiles con trayectorias cambiantes, dificulta la defensa. Zelenski, frustrado por la falta de apoyo de EE. UU., lamentó la sintonía entre Trump y Putin, quienes han mantenido contactos telefónicos recientes. La ausencia de una reunión bilateral en el G7 y el enfoque de Trump en el conflicto Israel-Irán agravan la sensación de abandono en Ucrania frente a la escalada rusa.