La figura de Daniel Stern ha quedado inmortalizada para generaciones de espectadores por su papel como Marv, uno de los torpes ladrones que intentan sin éxito asaltar la casa de Kevin McCallister en la clásica película navideña Mi pobre angelito, estrenada hace treinta y cinco años. A sus sesenta y ocho años, Stern vive una realidad radicalmente diferente y alejada del bullicio mediático de Hollywood. El actor, que lucía un aspecto característico en los años noventa, ahora se muestra con cabello blanco y una barba larga, optando por una vida sencilla y reservada en un rancho en Ventura, California. En diálogo con medios, Stern ha manifestado su preferencia por el hogar, asegurando: “no salgo de mi granja” y descartando participar en eventos públicos o reuniones relacionadas con el trigésimo quinto aniversario de la película que lo catapultó a la fama internacional. Su decisión de tomar distancia de la industria se gestó tras años de viajes y largas ausencias de su entorno familiar, priorizando el tiempo con su esposa e hijos.

Después del éxito de Mi pobre angelito y de incursionar en la dirección, Stern decidió dar un giro a su vida para dedicarse a sus pasiones artísticas, logrando consolidar una exitosa carrera como escultor y artista visual en las últimas dos décadas. En su rancho, además de crear arte, el actor se dedica al cultivo de mandarinas junto a su esposa, Laure Mattos, un proceso que comparte regularmente en sus perfiles de Instagram y TikTok, donde ha acumulado cientos de miles de seguidores. Sus publicaciones agrícolas han alcanzado millones de reproducciones, demostrando que su carisma sigue conectando con el público digital, más allá de sus personajes en pantalla. Stern ha logrado transformar el peso de la fama en una existencia creativa y tranquila, alejada de los reflectores, pero centrada en la tranquilidad rural.









