El 25 de abril de 2025, un sismo de magnitud 6.1 sacudió la provincia de Esmeraldas, afectando a 40 familias en el recinto Las Piedras, en la parroquia Tachina. A pesar de la magnitud del evento, la respuesta institucional fue rápida: la Secretaría de Gestión de Riesgos activó equipos de evaluación de daños, rehabilitó vías, restableció servicios básicos y coordinó la atención a los heridos. El Ministerio de Salud Pública mantuvo operativos sus hospitales y centros de salud, e incluso desplegó una unidad móvil para garantizar el suministro de medicamentos e insumos.
Sin embargo, se destaca que la gestión de riesgos no debe limitarse a la activación de protocolos una vez ocurrido el desastre. Es necesario fortalecer programas de educación sísmica en escuelas y comunidades, actualizar y hacer cumplir normas de construcción antisísmica, invertir en infraestructura resiliente, garantizar la operatividad permanente de rutas de evacuación y fomentar ejercicios de simulacro de manera regular. Solo una sociedad entrenada y consciente puede reducir el impacto humano y material de un gran terremoto.
En medio de la tragedia, surgió una de las mayores fortalezas del país: el altruismo de la sociedad civil. Sin necesidad de directrices ni llamados oficiales, cientos de ciudadanos en todo el país se movilizaron para donar alimentos, agua, ropa e insumos de primera necesidad a los afectados en Esmeraldas. Los centros de acopio abiertos en ciudades como Quito, Guayaquil, Cuenca, Portoviejo y Manta se llenaron de ayuda espontánea, recordándonos que en la adversidad, el espíritu solidario de los ecuatorianos no falla.
Este impulso de generosidad debe ser valorado y canalizado con eficiencia. Las redes de voluntariado y la colaboración ciudadana son complementos imprescindibles de cualquier sistema formal de respuesta ante emergencias. Las autoridades deben considerar mecanismos permanentes de capacitación para voluntarios, protocolos de distribución de donaciones y plataformas de información clara y oportuna para orientar la ayuda.
Esmeraldas, golpeada de nuevo, nos lanza un mensaje que no podemos seguir ignorando. Cada desastre natural, grande o pequeño, es una oportunidad para aprender y mejorar. No podemos resignarnos a reaccionar; tenemos el deber de anticiparnos. La memoria de los daños, de las noches a la intemperie, de las casas fracturadas y de las familias desplazadas debe impulsarnos a construir un Ecuador más preparado, más seguro y más resiliente.
Los terremotos no se pueden evitar. Pero sí podemos —y debemos— evitar que nos tomen por sorpresa. La prevención salva vidas. La organización fortalece comunidades. Y la solidaridad, ya demostrada una vez más en estos días, es la mejor base sobre la que podemos reconstruir cuando la tierra tiembla bajo nuestros pies.