Con un patrimonio estimado que supera los 200 millones de euros, Pierre Casiraghi pertenece a una de las familias más ricas (y discretas) de Europa. Pero a diferencia de otros herederos de sangre azul, el hijo menor de la princesa Carolina de Mónaco ha decidido invertir su tiempo y su fortuna en causas que van más allá del protocolo. Empresario, navegante de élite y figura clave en el ecosistema náutico internacional, Casiraghi personifica una nueva generación de royals europeos: alejada del exhibicionismo, alineada con la sostenibilidad y movida por un concepto más activo del legado.
El parecido físico con su padre, Stefano Casiraghi, es sólo una parte del relato. La otra se escribe en alta mar y en piedra del siglo XV. Porque Pierre, que es hoy vicepresidente del Yacht Club de Mónaco, también es un inversor que sabe leer con intuición la rentabilidad emocional y simbólica del patrimonio histórico.

En 2020, adquirió por 4 millones de euros el Château de Beauregard, una fortaleza de cuatro torres ubicada en Mons (a unos 100 kilómetros de Mónaco), construida en 1470 con piedras sobrantes de la catedral de Florencia.
La propiedad, de 900 metros cuadrados y rodeada de jardines de estilo francés, perteneció durante siglos a la poderosa familia Villeneuve, uno de los linajes más influyentes de la Provenza. Su anterior propietario, el conde Patrick de Clarens, se vio forzado a venderla por la imposibilidad de asumir los altos costes de mantenimiento. Según reveló la agencia inmobiliaria responsable de la venta, figuras como Mick Jagger también mostraron interés, aunque fue finalmente Casiraghi quien cerró la operación. Una decisión con componente emocional: una antepasada nació precisamente en Beauregard. Ahora, el castillo se convierte en segunda residencia para él, su esposa Beatrice Borromeo y sus hijos Stefano y Francesco.

Un empresario del mar
Si el castillo ancla sus raíces, el mar le da alas. Pierre Casiraghi no ha estudiado vela en escuelas ni academias, pero ha cruzado el Atlántico a bordo del velero Malizia II junto a Greta Thunberg, defendiendo la sostenibilidad con una travesía libre de emisiones. Es también fundador del Team Malizia, uno de los equipos más competitivos de la vela oceánica, y actualmente capitán del Carkeek 40 Jolt 6, con el que compite en la legendaria Admiral’s Cup. Esta competición, que se celebra en Cowes, en la isla de Wight, es considerada la Copa del Mundo no oficial de las regatas en alta mar. No se convocaba desde hace años, y su retorno ha coincidido con el auge de la vela.
En palabras del propio Casiraghi: «La competición forma parte de mi ADN». Un eco directo de su padre, Stefano Casiraghi, campeón del mundo de carreras offshore, que perdió la vida en 1990 durante una de estas pruebas en Saint-Jean-Cap-Ferrat. Hoy, Pierre tiene siete años más de los que tenía su padre al morir y, con cada travesía, reafirma ese hilo invisible que une el riesgo con la elegancia.

Estrategia de bajo perfil, impacto alto
En un principado donde la exposición mediática se mide con lupa, Casiraghi ha optado por un perfil bajo pero altamente simbólico. No ostenta cargos oficiales ni persigue una visibilidad institucional, pero representa a Mónaco allí donde más importa: en sus valores. Como patrón de un equipo que combina tecnología de vanguardia, sostenibilidad y esfuerzo humano, es un embajador natural de su país, respetado tanto por los ciudadanos como por el ecosistema deportivo internacional.
Su participación en regatas extremas, como la Rolex Fastnet Race, no es una excentricidad aristocrática. Es una apuesta por un liderazgo basado en la acción, el sacrificio y la representación no oficial de una nación pequeña pero estratégica. «Es una batalla contra uno mismo», admite. Pero también contra el olvido, el conformismo o la herencia pasiva. Pierre Casiraghi ha decidido construir su legado, piedra a piedra, ola a ola.
