La ciudad portuaria de Amberes, en Bélgica, se encuentra bajo una intensa presión por un volumen de incautación de cocaína que ha sido descrito por las autoridades policiales como un “tsunami”. Esta situación ha provocado una escalada de la violencia y del crimen organizado que amenaza con desbordar la capacidad de respuesta de la ciudad y el país. En un periodo de cinco años, la cantidad de droga confiscada en el puerto de Amberes, la segunda mayor puerta de entrada de cocaína a Europa, se ha disparado de 40 toneladas a un récord de 121 toneladas anuales. Este volumen masivo ha permitido a los grupos criminales acumular riquezas extraordinarias, generando una nueva clase de delincuentes que la policía local no está preparada para combatir.
La violencia ha escalado con rapidez. La policía ha registrado una serie de ataques con granadas, bombas y ráfagas de balas en calles, parques y viviendas residenciales, con el objetivo de controlar las rutas de tráfico y la distribución. Estos actos de violencia, antes confinados a los puertos, se han extendido al centro urbano, generando una sensación de inseguridad generalizada. Las fuerzas de seguridad han manifestado a los medios que la acumulación de capital ilícito y la sofisticación de los criminales han superado los recursos y la capacitación de las unidades de control. La crisis de seguridad, inicialmente concentrada en el puerto, se ha transformado en un problema de seguridad pública que afecta el bienestar cotidiano de los ciudadanos y pone en riesgo la estabilidad institucional, forzando a las autoridades a buscar soluciones urgentes.








