Gonzalo Barranco, español de 40 años oriundo de Valladolid, llegó a Guayaquil en 2014 para visitar a su padre, pero se quedó 11 años, formando una familia y adoptando la ciudad como hogar. “Siempre quise vivir en el extranjero, y sentí algo especial por venir a Latinoamérica”, relata a La República.
Maravillado por las tormentas, el fresco de junio y julio, y el barrio de Las Peñas, Gonzalo se enamoró del río Guayas y del centro de Guayaquil, donde camina como hobby. “Soy más guayaco que algunos guayacos, conozco lugares que muchos no saben”, asegura, destacando su conexión con las calles céntricas.
La calidez de los guayaquileños marcó su vida: formó amistades, se casó con su novia ecuatoriana y tuvo una hija. “La empatía aquí es única; todos quieren ayudar”, dice, contrastando con su experiencia en España, Inglaterra y Francia. Como profesor universitario, disfruta de la gastronomía local, como bolón, encebollado y seco de pollo.
Gonzalo, ahora arraigado, valora la cercanía del centro y la vida sin coche, consolidándose como un guayaquileño más, agradecido por la acogida y el cariño de la ciudad.