Atrás quedaron los días en que Donald Trump apodaba a Marco Rubio “pequeño Marco” durante las tensas primarias republicanas de 2016. Casi diez años después, en la primera gran reconfiguración del gabinete, el exsenador, ahora ferviente seguidor de Trump, ha asumido un rol excepcional, ocupando dos de los cargos diplomáticos más influyentes del país.
Además de ser nombrado secretario de Estado, Rubio toma de manera provisional el puesto de asesor de Seguridad Nacional, tras la destitución de Mike Waltz, envuelto en la controversia por el escándalo del chat de Signal. Waltz, por su parte, ha sido designado como embajador ante las Naciones Unidas, un cargo que aún debe ser ratificado por el Senado.
En un hecho sin precedentes desde la era de Henry Kissinger, el ascenso de Rubio es aún más notable porque también ejerce como administrador interino de la USAID y director de la Administración de los Archivos Nacionales.
Apodado por The New York Times como el “secretario de todo”, Rubio demuestra su destreza para posicionarse como un aliado leal y una figura clave en la política exterior de Trump, alejándose de sus antiguas posturas en el Senado, donde defendía la ayuda internacional y la promoción de la democracia en el mundo.