La industria del cine se encuentra en ebullición por Tilly Norwood, una “actriz” íntegramente generada por inteligencia artificial (IA), cuya representación hiperrealista —una joven británica de cabello largo, sonrisa cautivadora y ojos que cambian entre marrones y verdes— ha protagonizado clips cortos de menos de 30 segundos. Creada este año por Xicoia, la división de IA de Particle6 Group, Norwood saltó a los titulares al anunciarse su fichaje por una agencia de talentos en el Festival de Cine de Zúrich, lo que ha provocado una oleada de críticas de actores y sindicatos.

El gremio SAG-AFTRA emitió un comunicado contundente: “Tilly Norwood no es una actriz, es un personaje generado por un programa informático que se entrenó con el trabajo de innumerables intérpretes profesionales, sin permiso ni compensación”. El sindicato denuncia que esta tecnología usa “actuaciones robadas para dejar a los actores sin trabajo” y advierte a productores que no pueden emplear “artistas sintéticos” sin notificación y negociación contractual. “La creatividad debe permanecer centrada en el ser humano”, concluyen.

La controversia se extendió a redes sociales. Mara Wilson, la actriz de Matilda (1996), criticó que Norwood sea “una extrapolación de cientos de otras actrices” y abogó por contratar a personas reales. Su creadora, la actriz y productora Eline Van der Velden, defendió el proyecto en Instagram: “Es una obra creativa, no un sustituto de un ser humano”, comparándolo con “un nuevo pincel” similar a la animación.

Expertos como Todd Bryant, profesor de la Universidad de Nueva York, destacan el dilema ético: se desconoce el origen de los datos de entrenamiento de la IA, lo que plantea riesgos de explotación. Sin embargo, Bryant matiza que si los actores consienten —como en la captura de movimiento (motion capture)—, es comparable a técnicas existentes. Empresas ya ofrecen dobles digitales escaneados en tres horas para “trabajar” en su lugar.

“Ignorar la IA es meter la cabeza en la arena”, advierte Bryant, recordando el fracaso de Kodak al despreciar la fotografía digital. En cambio, sugiere que la tecnología podría “aumentar el pastel” del entretenimiento, creando nuevos formatos como la realidad virtual, sin reemplazar el cine. Aun así, limita sus posibilidades: personajes de IA luchan por generar “química” o emociones auténticas, cayendo en el “uncanny valley” —el rechazo instintivo ante réplicas demasiado humanas.

El caso de Norwood obliga a Hollywood a equilibrar vanguardia y ética, en un momento donde la IA redefine roles, pero no el alma de la actuación.








